Vida independiente en transición a economías cooperativas

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por Juan José Maraña González, miembro del Foro de Vida Independiente y Divertad (FVID).
(Correo electrónico: jjmaranna@gmail.com)

Resumen:

Se pretende resaltar que el modelo de economía liberal imperante, generador de la actual crisis económica, demuestra su incapacidad comprensiva de modelos de política social fundados en el ideario de Vida Independiente. Por contra, la Asistencia Personal, como instrumento de inclusión y equidad para las personas con diversidad funcional, puede favorecer la transición de su calidad de servicio en el horizonte de economías decrecentistas y cooperativas acordes con una concepción del ecologismo social y la influencia del feminismo.

Palabras clave / Key words:

Diversidad funcional, decrecentismo, economía, vida independiente, asistencia personal, ecología, feminismo, trabajos de cuidado, autodeterminación, transición, política social. Functional diversity, degrowth, economy, independent living, personal assistance, ecology, feminism, care works, self-determination, transition, social policy.

Vida independiente en transición a economías cooperativas  (formato PDF)

“Todo el mundo tendrá que vivir en el tiempo biológico del Nosotras y Nosotros, compartiendo las tareas de alimentar, vestir y cuidar a las y los demás y a nosotras o nosotros mismos. El planeta ya no puede permitirse el lujo de una sociedad que va lanzada a la carrera al ritmo del hombre más veloz, al que controla la mayor cantidad de recursos humanos y naturales. El hombre que no tiene tiempo para las relaciones personales, para escuchar, para pensar, para reconsiderar. Hombres (y algunas mujeres) que desafían al tiempo están al frente de los gobiernos, de las fuerzas armadas, de las grandes sociedades anónimas y de las instituciones científicas. Su ética es la carrera, contra el tiempo, contra los demás, contra la vida misma. Es la ética de la muerte, una carrera contra la mortalidad que genera muerte a su paso.”

Las personas con diversidad funcional, si algo hemos observado con cierto fatalismo previsible de la vigente crisis del sistema capitalista, es el fuerte impacto que ha recibido el músculo “de lo social”, tras el colapso de todo cuanto parecía regir coordinadamente los pasos de la sociedad española. Sin embargo, para nosotros, la sucesión de fenómenos devastadores derribando todos los indicadores de empleo, de reducción brutal de los ingresos, de inaccesibilidad a la vivienda digna o de la vaporización de los derechos civiles, eran circunstancias tan endémicas y estadísticamente conocidas como indiferentes para todos hasta que se han hecho extensivas a la población en general.

El sistema, con cierta mirada beatífica, presentaba el heterogéneo bosque de las personas con diversidad funcional de modo que parecía que todos sus elementos y sus raíces, por débiles que fueran, alcanzaban o alcanzarían el complejo nutriente del Estado del Bienestar. Sin embargo, desaparecido el dinero que emulsionaba toda la política social al respecto, ha quedado visible en la sequía del embalse, emergente, tozuda, toda la arquitectura del andamiaje de sostén de un sistema de exclusión atávico. Expresado en términos de corrección política, nunca dejó de ser un sistema de “ajustes razonables”, discriminadores, sobre un tablero de juego que se regula por la arbitrariedad de la competitividad biológica y el sentido crematístico de la vida, donde la consideración de la equidad hacia nuestro variado colectivo se atiende con un asistencialismo planificado y autoritario al albur de los excedentes económicos. El anecdotario de los derechos y medios obtenidos del Estado del Bienestar para las personas con diversidad funcional se revela así enmarcado en el escenario de la crisis como la fortuna que la benefactora agua de lluvia del crecimiento económico dejó gotear sobre los excluidos (teoría del trickle down effect o ‘efecto goteo’).

Aun siendo ya pretérito, las incertidumbres se extienden y acrecientan para cuantos éramos piezas del conjunto de los que perdimos el favor de otros. Nosotros, los desfavorecidos. La austeridad presupuestaria de los estados en el modelo médico-rehabilitador (al que desde el pasado siglo están sujetos nuestros derechos civiles, sociales y económicos), pone de nuevo en valor y evidencia el patrón de Vida Independiente (V.I.), subsidiario del llamado “modelo social” de la discapacidad. Éste, se revela como una alternativa liberadora, de calidad de vida, sostenible, que posibilita que las personas con diversidad funcional puedan vivir en la comunidad con opciones iguales e idénticos derechos y deberes a los de los demás hombres y mujeres.

Pero, ¿cómo encaja el modelo de Vida Independiente en cambios de apariencia irreversible, en un sistema de economía decreciente? Conviene tener presente qué herramientas permiten esa opción de vida y saber si están dispuestas para su uso

La “Asistencia Personal» es uno de esos instrumentos de liberación (Ratzka, 1989). Es un recurso compensatorio de limitaciones funcionales realizado por otras personas bajo la dirección del usuario, donde se entiende que el término “personal” hace referencia al criterio de autodeterminación y por tanto a la satisfacción de necesidades para las que “no” se delega el control, el poder decisorio. Es él, el usuario, el que determina en todo momento quién, cuándo y cómo se llevarán a cabo las tareas pertinentes para gestionar su vida. Por el contrario, es el entorno funcionarial y profesional anclado aún en el modelo médico de la discapacidad el que es remiso a aceptar que la asistencia “personal” no está referida y vinculada a otra cosa que no sea la atención a las necesidades básicas para la vida diaria: el aseo, el vestido, el uso de las ayudas técnicas… Sólo se entiende al individuo con discapacidad como alineado social. A todos los efectos es sopesado como un problema en el que no se reconoce la dimensión humana y política que define a cualquiera como ciudadano. Desde esa perspectiva es fácil que el criterio equívoco de “normalización” actúe como “ideología”, esa que justifica el internamiento institucional como depurador, como catalizador de la “anormalidad”. La institucionalización y su peso economicista es expresión del orden económico en el que estorbamos, asentado sobre el crecimiento sin límites que ahoga al individuo en las variadas instituciones siempre afectadas por recursos exiguos, con el número siempre insuficiente de trabajadores, con la desposesión del control sobre las prioridades individuales diarias…

Por el contrario, en el contrapeso de los modelos a los que nos aboca la crisis, el de Vida Independiente recoge las influencias del feminismo y de los países del sur donde los llamados “trabajos de cuidado” están vinculados al valor de la vida, a la comprensión multidimensional de ésta y del fenómeno de la interdependencia.

La influencia feminista viene aportando un alto valor educativo a las relaciones complejas con el medio y al re-equilibrio de la igualdad de género al tiempo que visibiliza la intervención de la mujer en el proceso de trabajo. Esta visibilidad se hace más remarcable en las sociedades occidentales donde se reduce la natalidad que en principio serviría para predisponer a las mujeres para incorporarse al sistema productivo clásico, pero en las que en mayor proporción aumenta la población de personas perceptoras de los llamados trabajos de cuidado, tradicionalmente atendidas por ellas. La economía de los cuidados, generalmente, denominada como “no remunerados”, “trabajo no mercantil…”, operan en el modelo de Vida Independiente evidenciando la trampa androcéntrica de no considerar que la satisfacción de las necesidades, individuales, personales…, no son trabajos de reproducción social. Generalmente, son inputs que no se computan adecuadamente en el PIB, el sacrosanto indicador de la felicidad para este modelo de sociedad quebrada.

La V.I. es una exigencia de inclusión social que ha de equipararnos, aun con siglos de retraso, con la del mundo de la Ilustración del que provienen buena parte de los valores más positivos de las sociedades occidentales y que para nosotros ha sido finalmente compendiado y legitimado en la Convención de la ONU sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (ONU, 2006). La regeneración del valor de humanidad que nos ha sido arrebatado por el sistema económico, quizás nos enmarca con naturalidad en los cambios estructurales, de primer nivel, en esas “transiciones” inevitables que comienzan a vislumbrarse y en las que el modelo de Vida Independiente identifica elementos comunes que tienen que ver con:

  • la cultura de la suficiencia (vivir con menos para vivir mejor).
  • la migración a comunidades de menor tamaño.
  • la revalorización de lo local.
  • la progresiva prescindencia del intercambio dinerario por transacciones aptas para una economía moral.
  • el papel imprescindible de las redes sociales y de intercambio
  • la priorización de los recursos de proximidad y tradicionales (como los que aún perviven en sociedades rurales o surgidas en la regeneración de los barrios en los conglomerados urbanos).

La persistencia del liberalismo en la idea de la recuperación económica, de retorno al escenario de crecimiento económico previo al cataclismo como única vía para atender los déficits de la población “enferma” –insistiendo en la semántica de la “dependencia como estigma” y no como asimilación de procesos naturales de la vida–, evidencian las perniciosas carencias humanistas que han venido dibujando la trasposición de su filosofía a los instrumentos de la política de la vida diaria.

El paradigma de la V.I., aun en el “tránsito” hacia un régimen económico inesperado puede enriquecerse con los valores sobre los que se asienta el Movimiento de Vida Independiente:

  • La autodeterminación del ser humano
  • El reconocimiento y aplicación de los Derechos Humanos, civiles, políticos y económicos para todos ellos y ellas.
  • La auto-ayuda como valor a rescatar frente al dirigismo profesional.
  • El empoderamiento de las mujeres y hombres con diversidad funcional.
  • El reconocimiento de la responsabilidad sobre la propia vida y las acciones.
  • El derecho a asumir riesgos (y a equivocarse al hacerlo).

Estos valores tienen relación con una ideología en la que:

  • Las personas con diversidad funcional nos afirmamos como ciudadanos de pleno derecho, no como sujetos marginales, perceptores pasivos de servicios sociales. Esta obviedad sigue sin tomar carta de naturaleza en la concepción más política de la comunidad.
  • La diversidad funcional y sus circunstancias diferenciadoras son parte de la diversidad humana, y toda programación política debe considerar éstas de modo horizontal en sus planificaciones, involucrándonos directa y activamente.
  • Los problemas sociales de las personas con diversidad funcional son, en gran medida, consecuencias de un sistema productivo lesivo y que genera daños socio-ecológicos que se correlacionan y multiplican, pero de los que no se responsabiliza, evita ni repara.
  • Igual que existe una tendencia biológica hacia la acumulación de recursos que ha roto el mundo, existen otras tantas que priman la supremacía de los más aptos y que comprometen la cultura humanista de la especie reabriendo peligrosas vías para distintas y sutiles formas de darwinismo social y la eugenesia.

Conclusiones:

Nos anima la impresión de que estos principios parecen tener adelantado un buen trecho para su acomodo en economías cooperativas, arraigadas en valores sociales y no en la didáctica de la dominación, la codicia y la selección de los más aptos en un orden del mundo configurado por ellos. El “biocentrismo” al que nos aboca nuestra herencia como especie económica, puede hallar nuevos estándares de calidad de vida si se satisfacen necesidades vitales con el menor impacto en el medio y en sus sutiles equilibrios, balanceando la justicia con la ecología. (Maraña, 2012)

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