— Lo que me proponía manifestar –siguió el Dodo en tono ofendido– es que la mejor manera de secarnos sería una carrera en comité
— ¿Qué es eso de una carrera en comité? –preguntó Alicia, y no porque tuviera muchas ganas de saberlo, sino porque el Dodo había hecho una pausa, como dando a entender que esperaba que alguien dijera algo y no parecía que nadie fuera a hacerlo
— ¡Vaya! Dijo el Dodo. -La mejor manera de explicarlo sería haciéndolo.
(Y como probablemente habrá entre vosotros quien también quiera hacerlo, algún día de invierno, os voy a contar cómo se las arregló el Dodo.)
Lo primero que hizo fue trazar una pista para la carrera, más o menos en círculo («la forma exacta no importa demasiado», dijo) y luego todo el grupo se fue situando por aquí y allá. Nadie dio la salida con el consabido «¡A la una, a las dos, a las tres! ¡Ya!», sino que cada uno empezó a correr cuando quiso, de forma que resultaba algo difícil saber cuándo iba a terminar la carrera. Sin embargo, después de haber estado corriendo como una media hora, y estando ya todos bien secos, el Dodo exclamó súbitamente:
— ¡Se acabó la carrera, y todos se agruparon ansiosamente en su derredor, jadeando y preguntando a porfía:
—¿Pero quién ha ganado?
No parecía que el Dodo pudiera contestar a esta pregunta sin entretenerse antes en muchas cavilaciones; y estuvo así durante mucho tiempo, con un dedo puesto sobre la frente (algo así como el Shakespeare que vemos en los retratos), mientras el resto aguardaba en silencio. Al fin el Dodo sentenció:
— Todos hemos ganado, y todos recibiremos sendos premios.(1)