Es habitual que la Dirección General de Tráfico convoque a lesionados medulares para que den charlas en autoescuelas o a pie de calle sobre los peligros y consecuencias de una conducción imprudente.
Siempre me pareció algo lúgubre, pero ahora ya me parece insultante. Ser la representación viva de la más terrible tragedia, la personificación del horror oculto tras la inconsciencia de una actitud temeraria al volante, no debería ser plato de buen gusto para nadie.
Y sin embargo, parece que lo es entre estos concienciados ciudadanos que prestan su imagen, es decir, su silla de ruedas, a la guardia civil en sus campañas de concienciación. Supongo que para ellos es una forma de encontrarle sentido a lo que consideran una tragedia: «me quedé así para poder mostrarle a los demás lo que les puede pasar» y, naturalmente, lo que les puede pasar, lo que les ha pasado a ellos, por descontado tiene que ser muy, muy malo. ¿De veras es cierto? ¿No les ocurre a las personas con lesión medular que, además de utilizar silla de ruedas, tienen deseos, ilusiones, proyectos de vida? ¿No es cierto que muchos de ellos trabajan en la medida en que les dejan, tienen pareja, forman familias, viajan, etc.?
Reducir a una condena a una silla de ruedas por conducción imprudente toda la peripecia de una persona que ha adquirido una tetraplejia es tan absurdo como reducir la crianza de los hijos a una cadena perpetua de noches de insomnio, llantos y rabietas, o sea todo lo negativo que se nos ocurra. Si educar a un hijo conlleva ciertas etapas y episodios no muy agradables, jamás se aíslan estos episodios de otros más agradables y reconfortantes. ¿Por qué no ocurre lo mismo con la adquisición de una diversidad funcional? Pues porque la educación de los hijos es una experiencia conocida y asumida tarde o temprano, directa o indirectamente, por casi todos, mientras que la diversidad funcional no es conocida ni asumida por casi nadie, a pesar de que, a lo largo de la vida de cualquier persona, es casi tan común de experimentar como la primera.
La adquisición de una diversidad funcional, en este caso originada por una lesión medular, no es plato de buen gusto para casi nadie. Supone al menos un período de transición desde las formas de funcionar y desenvolverse en los entornos habituales anteriores al accidente, en el trabajo, en las situaciones sociales, en la intimidad del hogar, etc., a otros modos de funcionamiento y desempeño en los mismos entornos o en otros nuevos. Esto implica periodos más o menos largos de rehabilitación, algo de orientación técnica, y mucho sentido común a la hora de buscar un equilibrio entre el tiempo y esfuerzo que se invierte en recuperar algunas capacidades y las inevitables renuncias que finalmente toca asumir.
Una vez superado este periodo de transición, toca salir al mundo. Y resulta que no es fácil vivir en una silla de ruedas, que las renuncias no se limitaban a ciertas capacidades y funcionamientos del cuerpo, sino que también incluyen renuncias a derechos humanos. Ciertamente, es una vida expuesta a multitud de injusticias y humillaciones por el mero hecho de funcionar diferente, de ser diferente. La más conocida es la negación del acceso y movilidad en edificios, entornos urbanos y medios de transporte, pero también están todas aquellas relacionadas con la falta de apoyos técnicos y humanos para disfrutar de cualquier actividad en las mismas condiciones que cualquier ciudadano.
Y por último está la más insidiosa de las mortificaciones a las que se ve sometida cualquier persona con diversidad funcional, la de cargar con el cartel de la tragedia (en este caso ejemplificante, ya se sabe «por ser imprudente al volante te cayó la condena…») y el paternalismo de quien busca poco más que ofrecer una imagen superficial de persona concienciada (ahora estoy pensando en las campañas solidarias protagonizadas por deportistas de élite u otro tipo de personalidades con niños síndrome Down). Mágicamente todas estas agresiones quedan ocultas detrás del velo negro de la tragedia. Ese hado fatal que, como manto tupido, oculta excelentemente las desigualdades e injusticias sociales.
¿Son informados los conductores abordados en la carretera por esta extraña pareja de guardia civil y lesionado medular, de las desigualdades e injusticias a las que son sometidos desde que adquirieron la tetraplejia? Por lo menos sería una campaña de concienciación de derechos humanos novedosa «Disculpe, señor… no, no se preocupe, no vengo a decirle cómo debe conducir, demasiado sabe lo importante que es ser prudente por su seguridad y la de los demás…. pero vengo a que me ayude a convencer a este agente de la autoridad de que haga cumplir mi denuncia contra el sistema público de transportes que no está adaptado, contra los planes de urbanismo que no contemplan la accesibilidad, contra los locales de ocio y discotecas a las que no puedo entrar, contra los bares cuyos cuartos de baño no puedo utilizar,… «y así hasta que se dieran cuenta de que la condena no es la silla de ruedas, sino vivir en una sociedad que excluye.
AUTOR: Paco Guzmán, 16 de diciembre de 2011
FUENTE: www.dilemata.net/