Democracia Real ¡Ya! – Una crónica parcial e individual (III)

A riesgo de parecer pesado (ya se sabe que basta hacer un clic para borrar este mensaje), he abierto de nuevo mi correo en blanco y mi sistema de reconocimiento de voz para contaros que hoy me he vuelto a pasar por la Puerta del Sol. En realidad ya estuve otra vez el sábado por la noche con mi sobrino Miguel, pero no se me ocurrió ninguna novedad que contar. Sin embargo hoy, por primera vez, he visto la acampada a plena luz del día.

Esta vez va acompañado de Mariola, Mónica, María Luisa, Iñaki y Sergio. A las 12 hemos salido de una reunión en el Consejo General del Poder Judicial; son muchas y variopintas las acciones del activismo social en lucha por derechos.

Hemos transitado desde el impecable vestuario, mobiliario y cortesía judicial, rodeado de una fuerte protección policial a la lona de acampada rodeada de juventud de vestuario informal, idéntica cortesía y sin policía; un ambiente envuelto en mensajes transcritos en cuerdas, cartulina, rotulador y wi-fi. Podríamos decir que hemos viajado desde la representación del pasado y su poder a la utopía de futuro y la ausencia de poder, a través de las intrincadas, vivas y coloridas calles del barrio de Chueca; el bastión urbano de la homosexualidad. Se me ha ocurrido que en realidad el presente no es más que el pasado y el futuro conviviendo en el mismo tiempo, pero distante en el espacio unas pocas manzanas.

María Luisa y yo hemos ido a rueda, y el resto a pie. Así todos hemos podido convivir con la discriminación urbana constante de la diversidad rodante no automovilística. En la medida de lo posible nos hemos mantenido la sombra, ya que hacía un ha sol de justicia a mediodía en Madrid; creo que sólo los que tenemos calva conocemos la verdadera justicia del sol. En la conversación que hemos mantenido se ha entremezclado la discriminación de la hija de Mónica, el hijo de Mariola y otros muchos niños y niñas que intentamos defender en todo el país. Lo que ocurre es que una sociedad tan moderna como la nuestra considera incapaces o discapacitados a los niños por el mero hecho de ser diferentes; por eso los segregamos en colegios específicos; es el reflejo constante de la incapacidad social de apreciar y valorar la diferencia y de reconocer nuestra propia fragilidad.

Por primera vez no había una marea humana que me impidiera ver la acampada y hemos podido entrar en su corazón. Lo más curioso es que la entrada al campamento estaba marcada con un cartel que ponía «Entrada». Parecerá una tontería, pero es un síntoma inequívoco de organización.

Alrededor del micrófono había más de un centenar de personas escuchando al orador que tenía turno; hablaba de espiritualidad. Va a resultar que los jóvenes son más sabios que los mayores.

La justicia, es decir el sol, los ha hecho huir rápidamente al refugio de los toldos y los riegos de pequeñas botellas que dispersaban el agua sobre quien quería para curiosear. Ha habido un cartel que me ha dicho: «apúntate a esta Comisión»; a mí me da que la justicia, es decir el sol, hace que los carteles hablen. Los que me conocéis habréis pensado que el cartel pondría «discapacidad», «diversidad funcional», «políticas sociales»… pues no, el cartel ponía «pensamiento».

Es lo que tiene llevar ya 10 años reflexionando sobre mi realidad. Me he dado cuenta de que mi realidad es la vuestra en otro tiempo: cuando erais bebés y cuando seáis mayores. De nuevo nos engañan el futuro y el pasado con una visión ilusionada del presente.

Me han atendido Rocío, un estudiante de filosofía bastante enfadada porque sus profesores no han pasado por allí. Me ha enseñado una carpeta con trozos de papel y garabatos ideas, pero poco contenido filosófico; eso sí mucho voluntarismo y algún contacto político. Mientras hablábamos la han interrumpido media docena de veces y ha llegado a la mesa un papel impreso con una convocatoria de los activistas de Túnez para septiembre.

El contraste entre los garabatos locales y la red y sus mensajes remotos me gusta, me ilusiona. He dejado una nota con una sola palabra: «Divertad» y mi dirección de correo electrónico. Ella me ha dado otra dirección a la que ya que he escrito para ver si conecto con el grupo o comisión de pensamiento.

Como el calor no dejaba de apretar, hemos seguido ruta terminando de atravesar las tiendas y, al ir a cruzar la calle, me he vuelto a encontrar con Juan Carlos. Me ha contado que el miércoles se quedó solo hasta las 5:30 de la madrugada; que cuesta dormir con tanto ruido y que se ha apuntado al grupo de carpintería, en el que lleva trabajando varias horas al día y que le ha dado tiempo para intercalar una entrevista de trabajo.

Según su impresión todo apunta a que se desmonta el campamento el domingo que viene, ya que no conviene saturar. La idea es dispersarse a los barrios el sábado, volver a concentrarse el domingo y volver a la red para realizar acciones puntuales en los meses venideros. Le he contestado que me parecía una actitud muy razonable y prudente. Al verle con su martillo y sus herramientas de carpintero y caído en que esos toldos, esas mesas y esa ordenada infraestructura del caos aparente no se ha levantado porque sí, sino que un montón de personas han puesto su trabajo, su prudencia, su experiencia y su esfuerzo en hacer que todo funcione a lo largo de estos días.

Yo sigo pensando que esta iniciativa, quizá carente de un norte ideológico y más guiada por el cansancio estructural, tiene bastante futuro en el medio largo plazo si se mantiene el sentido común y la cordura que se ha demostrado hasta ahora y si se utiliza con intensidad la nueva herramienta de la ciudadanía: la red.

Salud y Divertad,
Javier Romañach

Madrid, 25 de mayo de 2011.